domingo, 17 de abril de 2011

Reflexión dominical del Padre Gregorio Gil Cruz. Nochixtlán

Domingo, día del Señor
“¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor!”
Evangelio Mt: 21, 1-11
            Cuando se aproximaban ya a Jerusalén, al llegar a Betfagé, junto al monte de los Olivos, envió Jesús a dos de sus discípulos, diciéndoles: "Vayan al pueblo que ven allí enfrente; al entrar, encontrarán amarrada una burra y un burrito con ella; desátenlos y tráiganmelos. Si alguien les pregunta algo, díganle que el Señor los necesita y enseguida los devolverá".
           Esto sucedió para que se cumplieran las palabras del profeta: Díganle a la hija de Sión: He aquí que tu rey viene a ti, apacible y montado en un burro, en un burrito, hijo de animal de yugo.
           Fueron, pues, los discípulos e hicieron lo que Jesús les había encargado y trajeron consigo la burra y el burrito. Luego pusieron sobre ellos sus mantos y Jesús se sentó encima. La gente, muy numerosa, extendía sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de los árboles y las tendían a su paso. Los que iban delante de Él y los que lo seguían gritaban: "¡Hosanna! ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!".
         Al entrar Jesús en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. Unos decían: "¿Quién es éste?". Y la gente respondía: "Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea". Palabra del Señor
            Iniciamos con la celebración del Domingo de Ramos, la Semana Santa. Después de habernos preparado intensamente durante la cuaresma, llegamos al gran acontecimiento de nuestra vida cristiana, el Misterio pascual. El acontecimiento de su pasión, muerte y resurrección, no es algo que sólo tenemos que meditar piadosamente o admirar, más bien debemos  esforzarnos por actualizarlo cada día. Hay que recordar que la semana santa no es solo pasión, dolor y muerte, también es esperanza de gloria, vida y Resurrección.
            La Cuaresma es una subida a Jerusalén junto con Jesús. Jerusalén es el destino final del itinerario cuaresmal y es también la culminación del itinerario terreno de Jesús. El subía a Jerusalén porque allí había de consumar su sacrificio, con el cual iba a obtener la salvación del mundo. El sabía con qué finalidad subía a Jerusalén y qué  iba a ocurrir allá. Por eso agrega: "Se cumplirá todo lo que los profetas escribieron acerca del Hijo del hombre; pues será entregado a los gentiles, y será objeto de burlas, insultado y escupido; y después de azotarlo lo matarán, y al tercer día resucitará" (Lc 18,31-33).           
            Jesús, consciente de que su hora había llegado y de que había cumplido fielmente la misión que el Padre le había encomendado, decide entrar a la ciudad de Jerusalén donde entregaría su vida por todos nosotros. Sabemos que la muerte del Hijo de Dios está en estrecha relación con su vida y su mensaje. Las exigencias de conversión, la propuesta de su estilo de vida, la nueva imagen de Dios, la nueva forma de ver la ley y las tradiciones, su crítica profética con los dueños del poder político, económico y religioso, desembocaron en la muerte violenta.
Hoy es Domingo de Ramos porque celebramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Pero entra como un rey humilde, pacífico y manso. No entra con tanques ni con metralletas para conquistar la ciudad. Tampoco entra en un caballo blanco al sonido de las trompetas, como lo hacían antaño los emperadores o los generales romanos después de vencer a los enemigos. No, Jesús entra montado en un burrito, signo de humildad y de mansedumbre. Es aclamado por gente buena y sencilla, y una gran cantidad de sus discípulos son mujeres y niños. Lo proclaman rey no con el estruendo de las armas, sino con los gritos de júbilo. Y no agitan bayonetas o pancartas, sino ramos de olivo y de laurel, signos de la paz. ¡Éste es Jesús, nuestro Rey, el Rey de la paz y del amor verdadero, el que entra hoy triunfante a Jerusalén!
            Hoy acompañamos al Señor Jesús llenos de alegría, aclamándolo como Rey del universo, por ello las palmas que recibimos en este día tienen que ser un recordatorio de que la victoria de Cristo y por lo tanto nuestra, se obtienen por medio del sufrimiento y la cruz de cada día. Hoy  consolidaremos nuestra opción por el reinado de Cristo; El instauró un reinado, que no consiste en comida ni bebida, sino en la búsqueda de la verdad y en una mayor promoción de una vida digna, en un esfuerzo mayor por conseguir una paz duradera y una verdadera justicia social, en vivir en un estado de gracia, y alcanzar la santidad en la vivencia del nuevo mandamiento: el amor a Dios, concretizado en el prójimo. A si, pues, como hoy lo aclamamos con ramos, palmas, y cantos alegres, en adelante con nuestras actitudes hagamos que El siga reinando en la vivencia de estos valores. 
Pero también hoy es Domingo de “Pasión” porque iniciamos esta semana de dolor, que culminará en la Cruz. Pero la muerte de Cristo en el Calvario no es una derrota, sino el triunfo más rotundo y definitivo de Nuestro Señor sobre los poderes del mal, del pecado y de Satanás.
Estos días santos son, pues, para acompañar a Cristo en los sufrimientos de su Pasión y en su camino al Calvario: para unirnos a Él a través de la oración, los sacramentos, y las obras buenas.
            Ojala nos demos la oportunidad de participar en  las celebraciones litúrgicas de esta semana, son momentos de gracia que el Señor nos da y que debemos de aprovechar. Es una oportunidad en la que nos podemos unir a los sentimientos de Cristo y experimentar su amor para que así podamos resucitar a una vida nueva. Dios los bendiga. Feliz domingo.

P. Gregorio Gil Cruz Glz.
gil_0971@hotmail.com

sábado, 26 de marzo de 2011

Padre Gregorio Gil Cruz. Parroquia de Asunción Nochixtlán. Reflexión dominical

Domingo, día del Señor
“El  que beba  del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed”
Evangelio: Jn. 4, 5-42
En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria, llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José. Ahí estaba el pozo de Jacob. Jesús, que venía cansado del camino, se  sentó sin más sobre el brocal del pozo. Era  cerca  del mediodía.
Entonces llegó una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dijo: “Dame  de beber”. (Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida). La samaritana  le contestó: “¿Cómo es que tú, siendo  judío,  me pides de beber  a mí, que soy  samaritana?”(Porque los judíos no tratan a los samaritanos). Jesús le dijo: “Si conocieras el don de Dios  y quien es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”.
La mujer le respondió: “Señor, ni siquiera tienes  con qué sacar agua y el pozo es  profundo, ¿cómo  vas a darme agua viva? ¿Acaso eres tú más  que nuestro padre  Jacob, que nos dio este pozo, del  que bebieron él, sus hijos y sus ganados?” Jesús  le contesto: “El que  bebe de esta agua vuelve a tener sed. Pero el  que beba  del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré  se convertirá dentro de él un manantial capaz  de dar la vida eterna”.
La mujer le dijo: Señor,  dame de esa agua  para que no vuelva a tener sed  ni tenga que venir hasta aquí a sacarla”. Él le dijo: “Ve a llamar a tu marido y vuelve”. La mujer le  contestó: No tengo marido”. Jesús le  dijo: “tienes razón en decir: No tengo marido. Has tenido cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”.
La mujer le dijo:Señor, ya veo que eres profeta. Nuestros padres  dieron culto en este monte  y ustedes dicen que el sitio donde  se debe dar culto está en Jerusalén”. Jesús le dijo: “Créeme, mujer, que se acerca la hora  en que ni en este monte ni en Jerusalén  adorarán al Padre. Ustedes  adoran  lo que no conocen; nosotros adoramos  lo que conocemos. Porque  la salvación  viene de los judíos. Pero se acerca la hora, y ya  está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán  al Padre  en espíritu  y en verdad, porque  así  como el Padre  quiere  que se le    culto. Dios  es espíritu, y los que  lo adoran  deben  hacerlo  en espíritu y en verdad”.
La mujer le dijo: “Ya sé que  va a venir  el Mesías. Cuando  venga, él  nos dará razón  de todo”. Jesús le dijo: “Soy yo, el que habla contigo”.
Entonces  la mujer  dejó su  cántaro, se fue al pueblo y comenzó a decir a la gente: “Vengan  a ver a un hombre  que me ha dicho todo lo que  he hecho. ¿No  será  éste el Mesías?” Salieron del pueblo  y se pusieron en camino a donde él  estaba.
Muchos samaritanos  de aquel poblado  creyeron en Jesús por el testimonio de la mujer: ‘Me dijo todo lo que he hecho’. Cuando los samaritanos  llegaron  a donde él estaba, le rogaban que se quedara con ellos, y  se quedo allí dos  días. Muchos más  creyeron en él al oír su palabra. Y le decían a la mujer: “Ya no  creemos  por lo que tú nos has contado, pues  nosotros mismos  lo hemos  oído y sabemos  que él es, el Salvador del mundo”. Palabra del Señor.
En este día domingo, San Juan nos presenta la experiencia del encuentro de Jesús con la samaritana. Nos muestra a detalle este encuentro porque quiere presentarnos a un  Jesús que tiene necesidades humanas (hambre, sed, cansancio), pero que a partir de ellas revela otros dones: el “agua viva” y el “alimento nuevo”
La samaritana además de su personalidad singular, es una mujer representativa: simboliza y personifica a la región de Samaria donde se había dado culto a cinco dioses, representados en los cinco maridos que había tenido aquella mujer. Y el culto que daban a Yavé en la actualidad era ilegítimo, por no ajustarse al principio de un único santuario. La samaritana simboliza también a todos los que buscan a Dios a pesar de todos los errores y equivocaciones.
La samaritana acude al pozo de Jacob a buscar agua; es la humanidad inquieta que busca su realización, la vida, la felicidad. Toda nuestra historia humana es una búsqueda inacabable, porque la insatisfacción profunda es una constante en el ser humano. Y la samaritana representa al hombre que quiere saciar la sed de la felicidad y de la vida con otras realidades que no son los bienes del cielo. Por eso Jesús le va desvelando a la mujer su propia identidad hasta llegar a la plena manifestación: “Soy yo el que habla contigo”, el que puede concederte el don de Dios. Aceptando la fe en Jesús; Samaria obtiene el séptimo marido, el verdadero, el que le dará la plenitud y le saciará la sed.
En el diálogo Jesús nos enseña el verdadero sentido sobre la felicidad verdadera. La mujer ha vivido con cinco hombres, signo de la búsqueda inacabable y estéril de una felicidad pasajera, el agua que no sacia nunca la sed. Jesús revela cuál es la verdadera agua para la sed humana: “El  que beba  del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed”.
En el dialogo, Jesús hace que la mujer tome conciencia de sus debilidades y carencias, y así poco a poco lo va aceptando como un hombre que tiene una fuerza transformadora; se convence y le pide que le de esa agua con la que nunca más volverá a tener sed: “Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed...”.  Y así, Jesús pasa de ser un hombre desconocido a ser el Mesías. Y la samaritana se convierte en un apóstol que lleva a los demás la buena noticia que ha encontrado.
            Esta experiencia de la samaritana nos lleva  a reflexionar en la necesidad que tenemos de buscar a Dios, de reconocerlo, para que convencidos de su proyecto de salvación podamos contagiar a los demás de la alegría y felicidad que produce todo encuentro con el Señor.
Son tantos los problemas, las situaciones difíciles que diariamente vivimos, que nos hacen sentir cansados y agobiados. Cuanto, pues, necesitamos alimentarnos de Dios, fortalecernos de él, buscarlo en la oración diaria, en la participación frecuente de los sacramentos, en la meditación.
Que esta experiencia de la samaritana nos motive a darnos la oportunidad de buscar a Dios, pues solo en él podemos hallar la autentica felicidad, sólo Dios puede saciar las necesidades más profundas del corazón. Dios los bendiga. Feliz domingo.

P. Gregorio Gil Cruz Glz.
gil_0971@hotmail.com

domingo, 20 de marzo de 2011

Domingo, día del Señor
"Éste es mi Hijo, el Amado, en quien me complazco; escúchenlo."
Evangelio Mt. 17, 1-9
En aquel tiempo, Jesús  tomó consigo a Pedro,  a Santiago y a  Juan, el hermano menor de  de éste, y los hizo subir  a solas  con él a un monte elevado. Ahí  se transfiguró  en su presencia: su rostro se puso resplandeciente  como el sol y sus vestiduras  se volvieron blancas  como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos  Moisés  y Elías, conversando con Jesús.
Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bueno sería  quedarnos  aquí! Si quieres, haremos  aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
Cuando aún estaba hablando, una  nube luminosa  los cubrió  y de ella salió una voz que decía: “Este es mi Hijo muy amado, en quien  tengo puesta  mis complacencias; escúchenlo”. Al oír esto los discípulos  cayeron rostro en tierra, llenos de un gran temor. Jesús  se acercó  a ellos, los toco y les dijo: “Levántense  y no teman”. Alzando  entonces los ojos, ya no vieron a nadie  más que a Jesús.
Mientras bajaban del monte, Jesús  les ordeno: “No le cuenten a nadie lo que han visto, hasta  que el hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos”.
Palabra del Señor. Palabra del Señor
            El domingo pasado comenzamos nuestro camino cuaresmal con Jesús en el desierto. Fue un enfrentamiento con el demonio, con los poderes del mal, y nos daba ejemplo de fortaleza y fidelidad ante las diversas tentaciones de la vida diaria. Este domingo entrevemos la meta que nos espera: la transfiguración de Jesús y la nuestra.  Jesús se transfigura manifestando así lo oculto, revela su gloria futura.
 En la interpretación de los Santos Padres, Moisés representa la Ley Antigua, y Elías a los Profetas. Ambos vienen a dar testimonio de que Jesús es el verdadero Mesías, en quien se cumplen todos los divinos oráculos dados a Israel.
Los tres apóstoles: Pedro, Santiago y Juan son los testigos de su Transfiguración; de la manifestación de su gloria y de igual forma lo serán en el momento de su agonía. Es en el monte como lo hizo en el Antiguo Testamento con Moisés, en donde Dios Padre revela la identidad divina de su Hijo. Son las mismas palabras  pronunciadas por el Padre en el Bautismo de Jesús, ahora se añade otra: Escuchar a Jesús, y es el fundamento y punto de partida de la fe cristiana. El Padre nos revela que Jesús es su Hijo, lo cual nos enseña que todo lo que diga o haga será en nombre de su Padre. Jesús es Dios, por tanto, tiene todo el poder para actuar y así perdonará los pecados, curará a los enfermos, obrará muchos prodigios y milagros, porque es el enviado de Dios. Jesús es el  rostro del Padre, como él mismo lo dice: “quien ve al Hijo, ve al Padre”. Nos lo recuerda la Ecclesia in América cuando dice: Jesús es el rostro divino del hombre y el rostro humano de Dios. Y nos hace la invitación a escucharlo, si es su Hijo todos estamos llamados a poner atención a sus enseñanzas y sobre todo a vivirlas.
        Así, pues, si Jesús perdona, sirve, es sensible a las necesidades de los demás,  tenemos que escuchar la voz del Padre que nos dice escúchenlo, es decir, imítenlo, vivan lo que él les da ejemplo.
        Una buena oportunidad en esta cuaresma para abrir un espacio y escuchar la voz de Dios que nos invita a concientizar nuestros pecados y convertirnos, a dejar a un lado todas nuestras conductas pecaminosas que destruyen a los demás y ofenden a Dios; escuchemos la voz de Jesús que nos dice: arrepiéntete y conviértete, perdona, sirve, deja de criticar, de robar, de ser injusto; recordemos amar es darnos, entregarnos totalmente a los demás. Hagámosle caso a nuestro Padre Dios que nos invita a escuchar a su Hijo amado, a su predilecto en quien ha puesto todas sus complacencias, a Aquél quien nos quiere conducir al Padre, dejémonos guiar por Jesús. “Este es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo”. Dios los bendiga. Feliz domingo.

P. Gregorio Gil Cruz Glz.
gil_0971@hotmail.com

miércoles, 16 de marzo de 2011

Articulo del Padre Gregorio Cruz. Parroquia de Asunción Nochixtlán Oaxaca.

Domingo, día del Señor
“Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo  servirás.
Evangelio  Mt. 4,1-11.
En aquel tiempo, Jesús  fue conducido por el Espíritu  al desierto para ser tentado por el demonio. Pasó cuarenta días y cuarenta  noches sin comer y, al final, tuvo hambre.
Entonces se le acerco el tentador y le dijo: Si  tú eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes.Pero Jesús les respondió: Está escrito: No solo de pan vive el hombre,  sino también  de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Entonces  el diablo lo llevó a la ciudad santa,  lo puso en la parte más  alta del templo y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate para abajo,  porque está escrito: Mandara  a sus  ángeles que te cuiden y ellos te tomarán  en sus manos, para que   no tropiece tu pie en piedra alguna. Jesús le contesto: también está escrito:No tentarás al Señor, tu Dios.
Luego lo llevó el diablo a un monte muy alto y desde ahí le hizo  ver la grandeza de todos los reinos del mundo y le dijo: Te daré todo esto, si te postras  y me adoras. Pero Jesús le replico: Retírate, Satanás, porque está  escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo  servirás. Entonces lo dejo el diablo y se acercaron los ángeles  para servirle. Palabra del Señor.
Escuchamos el texto donde Jesús  impulsado por el  espíritu se va al desierto y es tentado por satanás, como acto inaugural de su ministerio. Jesús quiso someterse a la tentación para ayudarnos a vencerla. La condición mesiánica de Jesús y su filiación divina no lo apartan de la historia humana, de sus pruebas y sufrimientos. También El, como verdadero hombre, tiene que vivir el desierto de la prueba y recorrer el duro camino que conduce a la salvación.  Jesús nos da un vivo ejemplo de fidelidad ante las tentaciones presentadas por el demonio. Jesús puede vencerlas porque está fortalecido de su Padre Dios, está en íntima relación con él y con ello nos da ejemplo de lo que podemos alcanzar. El miércoles pasado con la recepción de  la ceniza iniciamos la Cuaresma, tiempo de preparación a las fiestas pascuales. El tiempo de cuaresma es un tiempo especial de gracia que la Iglesia nos ofrece para prepararnos interiormente a participar dignamente de la Semana Santa. Estos cuarenta días que  hemos iniciado tienen que ser una oportunidad de acercamiento a Dios, por ello la toma de ceniza, el ayuno y la abstinencia de carne tienen que ser elementos que nos ayuden a aprovechar este tiempo especial de gracia; es importante que no los veamos como una mera obligación, sino más bien como medios que nos acercan a vivir en la intimidad con Dios.
            Aprovechemos esta gran oportunidad de gracia, abramos un espacio a la reflexión y meditación para pensar sobre el caminar de nuestra vida y concientizar cómo la estamos administrando. Démonos también el tiempo para la oración personal y en familia, no olvidemos que la oración fortalece el espíritu del hombre y nos ayuda a estar firmes en los momentos más difíciles de nuestra vida, recordemos las palabras de San Agustín: “La oración es la fuerza del hombre y la debilidad de Dios”. Ojala también nos demos la oportunidad de reconciliarnos con Dios a través del sacramento de la Reconciliación. Y también, además del ayuno y la abstinencia de carne que hacemos los viernes, pensemos en el ayuno y la abstinencia que el Señor nos pide a cada uno de nosotros, y que  no es solamente no comer carnes rojas, sino evitar caer en las distintas situaciones de pecado que nos apartan de Dios, y abstenernos de gatos innecesarios; busquemos una austeridad de vida.
En fin, que estas prácticas cuaresmales no las veamos como una simple obligación, ni una carga, ni tampoco para darse suculentos platillos muy costosos de otras carnes. No olvidemos lo que verdaderamente agrada al Señor: “El ayuno que yo quiero de ti es éste, dice el Señor: Que rompas las cadenas injustas y levantes los yugos opresores; que liberes a los oprimidos y rompas todos los yugos; que compartas tu pan con el hambriento y abras tu casa al pobre sin techo; que vistas al desnudo y no des la espalda a tu propio hermano” Is. (58, 6-7).
Hay muchas tentaciones que nos pueden apartar de Dios, que el Señor nos de su gracia y su fuerza para poderlas vencer y que la cuaresma sea un tiempo propicio para volver al Señor. Recordemos lo que nos dice el Apóstol Pedro: “Vivan con sobriedad y estén alerta. El diablo, su enemigo, ronda como león rugiente buscando a quien devorar. Háganle frente con la firmeza de la fe…” (1Pe. 5, 8-9). Dios los bendiga. Feliz domingo.

P. Gregorio Gil Cruz Glz.

domingo, 27 de febrero de 2011

Domingo día del señor

Domingo, día del Señor
“No pueden ustedes servir a Dios y al dinero”
Evangelio: Mt. 6,24-34
                En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y amará al otro, o bien obedecerá al primero, y no le hará caso al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir  a Dios y al dinero.
               Por eso les digo que no se preocupen por su vida, pensando que comerán  o con qué se vestirán. ¿Acaso no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el  vestido? Miren las aves de cielo, que ni siembran, ni cosechan, ni guardan en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿Acaso no valen ustedes más que ellas? ¿Quién  de ustedes, a fuerza de preocuparse, puede prolongar su vida siquiera un momento? 
              ¿Y por  qué se preocupan del vestido? Miren como crecen  los lirios del campo, que no trabajan ni hilan. Pues bien, yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vestía como uno de ellos. Y  si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy florece y mañana es echada al horno, ¿No hará mucho más por ustedes,  hombres de poca fe?
             No se inquieten, pues, pensando: ¿Qué comeremos o qué  beberemos o con qué nos vestiremos? Los  que no conocen a Dios se desviven por todas esas cosas; pero el Padre celestial ya sabe que tienen necesidad de  ellas. Por consiguiente, busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas  estas cosas se les darán por añadidura. No se preocupen por el día de mañana por  que el día de mañana traerá sus propias preocupaciones. A cada día le bastan sus propios problemas”. Palabra del Señor.
El mensaje de este domingo es una invitación a la confianza que hay que tener en la bondad de Dios. En la página del evangelio que hemos escuchado hoy Jesús nos asegura que si el Padre Dios cuida con delicadeza a los pájaros y a las flores del campo, qué no hará por nosotros que somos sus hijos. El profeta Isaías nos muestra el amor del Padre cuando nos dice: “aunque una madre se pudiera olvidar del hijo de sus entrañas, Dios no se olvida nunca de los suyos”. Y el salmo nos hace la misma invitación: “Confía siempre en él, pueblo mío, y desahoga tu corazón en su presencia”.
Jesús empieza diciendo que nadie puede servir  a Dios y el dinero. Con lo que nos quiere enseñar que las riquezas no deben ser una obsesión, que no son lo más principal, que hay otras cosas más importantes, como la familia, la diversión, el descanso, la amistad. “No se inquieten” nos dice el Señor, no caigan en un desmesurado deseo de tener, de acumular.
Sin embargo en estos tiempos en que nos movemos en una sociedad caracterizada por el consumo y del cúmulo de bienes nos olvidamos que lo más importante es el “ser” más que el “tener”. Cuántas veces hemos dicho que no tenemos tiempo para descansar, para sentarnos a la mesa con la familia o para divertirnos un rato, y cuántas veces decimos no tener tiempo para la oración y para participar en la Santa Misa. Corremos, nos fatigamos trabajando, siempre andamos de prisa y se nos olvida que tenemos que alimentar el espíritu. Seducidos por la comodidad y lujos de las riquezas nos entregamos obsesivamente al trabajo y a su consecución, pisando y dañando muchas veces a los demás, olvidándonos de lo más importante, lo que realmente da sentido y plena felicidad.
Las riquezas en sí mismas no son malas, lo que sí es un problema es nuestra actitud frente a ellas y eso es precisamente lo que nos advierte, la facilidad con que las riquezas seducen el corazón humano y lo hacen olvidarse de los demás, de sí mismos y de Dios. “Acumulen tesoros en el cielo, donde la polilla ni el moho los destruyen… porque donde está tu tesoro, ahí también está tu corazón” (Lc. 12,34).
“Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les dará por añadidura”. No hay un rechazo por las cosas materiales, lo que Jesús rechaza y denuncia es la idolatría del dinero, confiar en las cosas más que en Dios. Tristemente vemos como se le rinde culto al dinero con verdadero ritual de sacrificio. Se le sacrifican muchas veces  la misma familia,  la salud, la amistad, principios éticos; todo con tal de triunfar, de obtener más ganancias económicas, de tener cosas materiales, éxito. No importa pisar a quién sea con tal de ganar, de tener poder para satisfacer intereses egoístas. Y nos recuerda el Señor: “los que no conocen a Dios se desviven por estas cosas” y se olvidan de lo fundamental; esto nos debe alentar para revisar nuestra actitud frente a las cosas temporales.
 Jesús, pues, trata de advertirnos sobre el peligro que suponen las riquezas, nos invita a no dejarnos a atrapar. Y la mejor manera de evitar el peligro que suponen las riquezas es evitar la preocupación por las cosas materiales. Busquemos los bienes superiores, aquellos que realmente le pueden dar la felicidad al hombre.
Dios no deja a sus hijos, y es posible vivir en el ámbito de la confianza absoluta en el Padre que cuida de todos. Dios Padre que cuida de las aves del cielo y de las flores del campo, cuidará con mucha más delicadeza de sus hijos. “No se preocupen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá ya sus propias preocupaciones”. El Señor nos ayude a tener un mayor equilibrio entre las cosas de este mundo y los bienes superiores.
Dios los bendiga. Feliz domingo.
P. Gregorio Cruz Glz.
gil_0971@hotmail.com

jueves, 3 de febrero de 2011

Domingo, día del Señor
“Dichosos  los que tienen sed y hambre de justicia, porque serán saciados”.
Evangelio: Mt. 5,1 –12
            En aquél tiempo cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles y les dijo: “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos  los que lloran, porque serán consolados. Dichosos  los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos  los que tienen sed y hambre de justicia, porque serán saciados. Dichosos  los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Dichosos  los limpios de corazón, porque verán a  Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos  los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
            Dichosos  serán ustedes, cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”.  Palabra del Señor.

             La gente se encuentra agotada y cansada después de haber buscado por distintos caminos la auténtica felicidad y la paz verdadera. Jesús, un hombre sensible los observa y les anima ofreciéndoles un camino  distinto, difícil pero seguro, para encontrar la felicidad. A aquellos a quienes el mundo consideraba desdichados, y marginados, sedientos de condiciones de vida más dignas, Jesús les presenta un estilo de vida diferente con sus propias exigencias, necesarias para formar parte en su reino, pues como vemos, bienaventurados son los que sufren, los que lloran, los perseguidos por causa de la paz y de la justicia. Estas son las consecuencias para quienes buscan la paz, la justicia, y la verdad.
            Jesús nos indica quienes se encuentran en la situación más propicia para recibir el don del Reino. Y así comprendemos como las bienaventuranzas no son un simple elenco de virtudes; más bien nos describen la actitud de fondo con la que el hombre se dispone y acoge el Reino de Dios.
A la gente  necesitada de que alguien los escuche y apoye, Jesús les habla resaltando su valor y dignidad. Pone el dedo en la llaga, los que lloran, los que sufren, los perseguidos por causa de la justicia, los que pasan hambre, ellos recibirán la plenitud del Reino mesiánico. En este texto Jesús pone en  claro en qué consisten las exigencias del Reino de Dios.
En no pocas ocasiones se dan situaciones de persecución, de callar voces que afectan intereses. La voz profética trae como consecuencia lógica persecución, difamación, calumnia e incluso el martirio. Esa fue la realidad de los profetas en el Antiguo Testamento (vgr. Juan el Bautista) y en la actualidad para quienes hablan con voz profética; es decir, de denunciar toda clase de atropello a los derechos fundamentales de las personas: las injusticias, la violencia institucionalizada, la corrupción en todos los niveles, etc. Sin embargo, en esto que en principio puede parecernos paradójico se encuentra la verdadera felicidad, la que solamente Jesús puede concedernos. En otro momento El nos decía: “El que pierda su vida por mí y por el Evangelio, ese la salvará”. Lo cual aplicado a lo que  hoy nos dice, sería, los perseguidos por causa de la justicia; los difamados por dar testimonio de rectitud; los desterrados por buscar la verdad; los desconsolados, que lloran y sufren porque algún familiar está en la cárcel injustamente o porque un hijo, hermano o padre les fue asesinado porque buscó mayor justicia y rectitud. Hoy Jesús les anima y exhorta a no desanimarse y mantenerse en esa actitud porque quien aquí “pierde” su vida, Dios Padre le concederá la vida eterna: “Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”.
Dichoso, pues, aquél que consiente de su ser cristiano y de las exigencias que se desprenden del evangelio, se compromete a luchar por construir un mundo más humano y fraterno, donde reinen los valores del Reino de Dios: justicia, paz, verdad y la vida.
Las bienaventuranzas no son una utopía imposible de alcanzar, ni es un código de leyes, más bien es un camino de esperanza a recorrer que nos conducen a la auténtica y plena felicidad. Dios los bendiga. Feliz domingo.

P. Gregorio Cruz Glz.
gil_0971@hotmail.com

domingo, 30 de enero de 2011

Domingo, día del Señor

Domingo, día del Señor
“Dichosos  los que tienen sed y hambre de justicia, porque serán saciados”.
Evangelio: Mt. 5,1 –12
            En aquél tiempo cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles y les dijo: “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos  los que lloran, porque serán consolados. Dichosos  los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos  los que tienen sed y hambre de justicia, porque serán saciados. Dichosos  los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Dichosos  los limpios de corazón, porque verán a  Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos  los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
            Dichosos  serán ustedes, cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”.  Palabra del Señor.

             La gente se encuentra agotada y cansada después de haber buscado por distintos caminos la auténtica felicidad y la paz verdadera. Jesús, un hombre sensible los observa y les anima ofreciéndoles un camino  distinto, difícil pero seguro, para encontrar la felicidad. A aquellos a quienes el mundo consideraba desdichados, y marginados, sedientos de condiciones de vida más dignas, Jesús les presenta un estilo de vida diferente con sus propias exigencias, necesarias para formar parte en su reino, pues como vemos, bienaventurados son los que sufren, los que lloran, los perseguidos por causa de la paz y de la justicia. Estas son las consecuencias para quienes buscan la paz, la justicia, y la verdad.
            Jesús nos indica quienes se encuentran en la situación más propicia para recibir el don del Reino. Y así comprendemos como las bienaventuranzas no son un simple elenco de virtudes; más bien nos describen la actitud de fondo con la que el hombre se dispone y acoge el Reino de Dios.
A la gente  necesitada de que alguien los escuche y apoye, Jesús les habla resaltando su valor y dignidad. Pone el dedo en la llaga, los que lloran, los que sufren, los perseguidos por causa de la justicia, los que pasan hambre, ellos recibirán la plenitud del Reino mesiánico. En este texto Jesús pone en  claro en qué consisten las exigencias del Reino de Dios.
En no pocas ocasiones se dan situaciones de persecución, de callar voces que afectan intereses. La voz profética trae como consecuencia lógica persecución, difamación, calumnia e incluso el martirio. Esa fue la realidad de los profetas en el Antiguo Testamento (vgr. Juan el Bautista) y en la actualidad para quienes hablan con voz profética; es decir, de denunciar toda clase de atropello a los derechos fundamentales de las personas: las injusticias, la violencia institucionalizada, la corrupción en todos los niveles, etc. Sin embargo, en esto que en principio puede parecernos paradójico se encuentra la verdadera felicidad, la que solamente Jesús puede concedernos. En otro momento El nos decía: “El que pierda su vida por mí y por el Evangelio, ese la salvará”. Lo cual aplicado a lo que  hoy nos dice, sería, los perseguidos por causa de la justicia; los difamados por dar testimonio de rectitud; los desterrados por buscar la verdad; los desconsolados, que lloran y sufren porque algún familiar está en la cárcel injustamente o porque un hijo, hermano o padre les fue asesinado porque buscó mayor justicia y rectitud. Hoy Jesús les anima y exhorta a no desanimarse y mantenerse en esa actitud porque quien aquí “pierde” su vida, Dios Padre le concederá la vida eterna: “Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”.
Dichoso, pues, aquél que consiente de su ser cristiano y de las exigencias que se desprenden del evangelio, se compromete a luchar por construir un mundo más humano y fraterno, donde reinen los valores del Reino de Dios: justicia, paz, verdad y la vida.
Las bienaventuranzas no son una utopía imposible de alcanzar, ni es un código de leyes, más bien es un camino de esperanza a recorrer que nos conducen a la auténtica y plena felicidad. Dios los bendiga. Feliz domingo.

P. Gregorio Cruz Glz.
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